Ser español no es nada fácil.
Creíamos
que después de muchos años de carencias, luchas y trabajo bien hecho,
habíamos logrado dejar atrás un pasado que a toda prisa queríamos
olvidar para siempre. Ahora ya no éramos ese pueblo sacrificado que
durante siglos tuvo que buscar el pan y la libertad emigrando a países
donde encontrar un futuro que España nos negaba. Ahora, por fin,
habíamos conseguido prosperidad y democracia para nosotros y para los
que no eran en sus tierras tan afortunados como los españoles.
Hemos
vivido con la seguridad de que nuestras conquistas económicas, sociales
y políticas eran sólidas e irreversibles. Lo habíamos deseado tanto,
que nada nos hacía pensar que todo o parte fuera un espejismo, que tal
vez pudiera peligrar como un castillo de naipes. Estábamos en la cresta
de la ola y sabíamos manejar la situación. Con un narcisismo al que no
estábamos acostumbrados, nos sentíamos la envidia del mundo, los
protagonistas de una superproducción de Hollywood.
De pronto comenzaron a escucharse trompetas que anunciaban
crisis en la primera potencia mundial, en sus gigantes económicos, en
su sistema financiero. Pero, ¿qué podía pasarnos a nosotros?
Evidentemente nada. Teníamos una posición segura, a salvo de cualquier
peligro. Nada que temer: Nuestros Bancos eran los más sólidos, nuestras
precauciones financieras habían sido las mejores, los riesgos eran para
otros menos listos.
Y,
poco a poco, fuimos sintiendo algunos síntomas de enfermedad: las
entidades bancarias nos habían vendido humo camuflado de valores
incuestionables; el sector de la construcción se tambaleaba, después de
haber sido el motor de la economía, implicando, de cerca o de lejos, a
toda la población; el desempleo inició un crecimiento
imparable hasta cifras millonarias; las empresas comerciales,
industriales, de servicios y sobre todo las relacionadas con la
construcción entraron en crisis, con abundantes cierres. ¡Hasta el
turismo tenía un descenso más que preocupante! Nos frotábamos los ojos. A
nosotros no podía pasarnos eso. Era un mal sueño.
De
repente empezamos a sospechar que la realidad era algo, bastante,
demasiado diferente a lo que nos habían hecho creer, de lo que nos
habíamos dejado hacer creer, de lo que habíamos querido creer. De pronto
supimos que, una vez más, nos tocaba “bailar con la más fea”, nos
correspondía, como siempre, asumir las culpas de otros... de los de
siempre, de los que toda la vida habían decidido cómo, cuándo y cuanto
teníamos que pagar por nuestra ingenuidad.
Enseguida
“empezamos a ver claro”: La culpa era del gobierno que, contradiciendo
lo que había prometido, lo que nos había hecho esperar de él, comenzó a
cargar todo el peso sobre las espaldas de los más desprotegidos. También
“aprendimos” que los mercados, los sacrosantos mercados, nos castigaban
por nuestros excesos como dilapidadores compulsivos.
Todo tiene solución, pensamos: Se cambia democráticamente
el gobierno, vienen “los otros”, los que dicen que ellos tienen el
secreto de lo que hay que hacer, que son totalmente confiables, que con
ellos acabarán nuestros sufrimientos... Y ya está todo en orden, se
acabará el desempleo, los mercados nos aplaudirán, volverá la
tranquilidad y la dicha.
Llegaron.
Así lo quisieron las urnas. Sabían lo que querían hacer. Este pueblo ha
empezado a saberlo. A conocer el duro porvenir que le espera. Promesas
para conseguir el poder y después de conseguido, nada de lo prometido.
¿Qué piensan ahora los españoles de forma mayoritaria? La valoración del presente tiene cada vez tonos más oscuros. Veamos:
Los
Presupuestos del Estado ahora presentados están hechos al dictado de la
Unión Europea manejada por Alemania y el FMI y tienen como supremo
objetivo la reducción del déficit de forma salvaje y sin espacio para el
crecimiento económico y las políticas de empleo. Son un suicidio
presupuestario, con recortes en todos los conceptos primordiales. Se
salva la Monarquía, con un mínimo, ridículo recorte y la Iglesia
Católica, que tiene íntegras las partidas que recibe e intactas las
exenciones y demás ventajas fiscales.
Se está desmontando a toda prisa el Estado del Bienestar. Los recortes en sanidad
y educación, en dependencia y desempleo, en pensiones y becas, van a
dañar irreparablemente los logros conseguidos después de tantos años de lucha.
La
reforma laboral de nuevo cuño acabará con la paz social que hemos
disfrutado porque abre la puerta al despido libre, a las indemnizaciones
insuficientes, a la pérdida de equidad en las relaciones laborales, a
las nulas garantías para el trabajador.
Todo
hace temer que la injusticia fiscal se profundice, se protejan los
intereses de los más privilegiados y no se persiga eficazmente el
fraude. Se ha anunciado una amnistía fiscal impresentable, vergonzosa,
que premia a los defraudadores y deja en ridículo a los que han aportado
de forma automática, con forzada garantía de legalidad.
La
desesperanza, la incertidumbre y también el terror están calando hondo
en los españoles, que han dejado de creer en sus instituciones y en sus
dirigentes. La indignación crece, pero un cierto sentimiento de
resignación paraliza la acción y por el momento no se está articulando
debidamente el legítimo rechazo a esta política tan sumisa con los
poderes fácticos y tan implacable con los menos afortunados.
Ante
la complicidad y el mal hacer de los medios de comunicación, la
inoperancia de la justicia, ciega con la corrupción, sorda ante las
legítimas demandas de reparación de la memoria y muda cuando debería
impartir su magisterio, no es de extrañar que este pueblo vuelva a
sentirse rehén de los dejaron su destino “atado y bien atado*”
¡Que difícil es ser español!
* Franco dijo: “Todo queda atado y bien atado” (como recuerdan muchos españoles hasta hoy)
2 comentarios:
Deprimente
Muy cierto. Conozco esta historia por haberla vivido en carne propia en mi país, Argentina. Ahora vivo en España y la estoy reviviendo.
Bendita sea internet que permite leer la otra cara de la moneda.
Un abrazo.
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