
Las malas palabras andan por ahí.
Malas de verdad, ladronas y hasta matonas.
No me refiero a las palabras humildes y proletarias
como chocha, concha, coño, polla, verga, bicho (según el país),
güevos, papaya, pendejo,
follar, coger, meter, joder, tirar,
cagar u obrar.
Esas no son malas, son meramente pobres, y si a veces irritan
es porque son honestas.
Hacen su trabajo
como cualquier herramienta simple.
Y como cualquier herramienta,
un martillo o una hacha por ejemplo,
pueden herir.
Son otras las palabras malas,
las que secuestran el discurso
para hacerse acompañar de otras palabras
más vistosas pero ingenuas.
Tan ingenuas son a veces las palabras Libertad, Justicia, Lealtad, y hasta Familia,
que a pesar de que tengan vocación de ser buenas
se sienten halagadas
cuando las abrazan para no soltarlas
las palabras excluyentes como Nación, Patria, Fe, Honor, Casta, Raza y Dios.
Forman concubinatos, cuyos hijos no son palabras
sino cosas reales. Una de ellas se llama "Guantánamo".
Al negro Fontanarrosa, Fabio lo recuerda así.
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