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A principio pensaba que combinaba las visiones de dos libros que hemos examinado en la Club de Lecturas de la biblioteca de Carboneras: los horrores de los relatos de Alberto Méndez en Los girasoles ciegos, y las historias de magia de Los cuentos de la Alhambra de Washington Irving. Pero no, ni el uno ni el otro. Méndez nos hace ver a los monstruos de la guerra y la posguerra como seres humanos (hasta el insoportable pero muy humano diácono del último relato); del Toro en cambio convierte a los hombres en verdaderos monstruos de cuerpo (ver foto) y alma, o (el caso del cruelísimo capitán Vidal) en cuerpo humano monstruosamente deformado cuando recibe un tajo en la boca por su maldad. Y los buenos de la película tampoco tienen ninguna complejidad: son totalmente buenos, generosos y heróicos, desde el pequeño médico hasta los campesinos del maquis, que son como los buenos hombres de Robin Hood pero con escopetas y obuses en lugar de arcos y flechas.
Y mientras el irónico y moderno (para el siglo XIX) Irving usó la magia como truco literario para acentuar las improbabilidades de sus cuentos y dar risa a sus lectores adultos, la peli de del Toro nos hunde en un terror infantil de una tradición mucho más antigua, precristiana y pre-alfabeto. Pero hay que verla, porque los monstruos son horripilantemente imaginativos y las actuaciones, especialmente de la niña (Ivana Baquero) y la sirvienta semi-esclava (Maribel Verdú), son deliciosas.
2 comentarios:
Hacía tiempo que no pasaba por aquí. Veo que ya están habilitados los comentarios y aprovecho para decirle que le leo desde hace tiempo y disfruto de sus opiniones.
Un cordial saludo.
Gracias, Miguel. Y ahora empiezo a explorar tu blog. En cuánto a mis opiniones, las entiendo más como hipótesis o provocaciones a un debate. Bueno, nos estaremos viendo. O leyendo. Saludos.
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