
En un pueblo pobre de Galicia en los años 1976 a 1979 u 80, que ha quedado casi sin hombres por la emigración, una campesina viuda lucha contracorriente para crear una vida decente para sus nietos y para recuperar las ilusiones y recuerdos de amor de su juventud. La descripción de la vida en ese pueblo, con sus labores de campo, sus cotilleos y envidias, sus creencias y maneras de hablar, es bellísima. Entre los episodios más memorables está la visita a una meiga para sanar dolencias sicológicas, y las habladurías entre las mujeres en el lavadero comunal. Los nietos, la pequeña Iria (8 años al principio de la novela) y su hermano Avelino (11), son preciosos, especialmente Iria con su don de comunicarse con las urracas. La historia es en parte muy realista, y en parte fábula, con un final ambiguo, pero el viaje a ese lugar y tiempo suena muy auténtico, basado como es en los recuerdos de la autora — que es, lo confesamos, muy amiga nuestra.
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