
Se trata de dos argumentos, dos historias entrelazadas : una, el romance frustrado entre un oficial de la corte (Ricardo Darín) en Buenos Aires y su jefa (Soledad Villamil); la otra, la persecución del autor de un asesinato especialmente cruel, por parte de ese mismo oficial del Juzgado Penal y, de otra manera, por el viudo de la joven víctima (Pablo Rago). La actuación es buena, y cada una de estas historias ofrece escenas memorables. Del romance, me quedo con la escena de la juez corriendo detrás del tren en que parte su inconfeso amante para un exilio, o asilo, en Jujuy. De la otra historia, la escena increíble pero divertida de la persecución del joven asesino en el estadio abarrotado de Racing.
Esa segunda historia de crimen y persecución amaga con ponerse muy interesante cuando el brutal asesino confeso y convicto es liberado para ser incorporado como escolta de la presidenta María Estela Martínez de Perón ("Isabelita") -- porque cualquier crimen vale en la lucha contra los "subversivos". Allí la película roza por un instante una terrible verdad histórica. Recordamos el famoso caso del "ángel rubio" Alfredo Astiz para también recordarnos que hubo cientos de asesinos igualmente crueles pero menos famosos en la terrible "guerra sucia" en la Argentina de esos años.
Pero no. No sabemos nada más de las actividades terroristas oficiales de ese individuo. Los años antes y durante el "Proceso" -- la dictadura militar de 1976-83 -- son nada más que el escenario para un "thriller" normal que podría haberse desarrollado en cualquier otro país industrializado. Y la historia criminal termina siendo mucho más violenta pero bastante menos interesante que la triste historia romántica. Por eso digo que la película es una distracción, una manera de mantener secreto una terrible barbaridad colectiva, convirtiéndola en una fábula convencional que nos estremece pero no permite ninguna respuesta política o judicial.
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