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Me acabo de enterar que tengo una lectora más, mi amiga argentina la artista Catalina
Chervín. (Para ver ejemplos de sus dibujos exquisitos y turbadores, pincha su
Online Portfolio y la
web en inglés de
Bidington's.) Me emociona tener tan distinguida audiencia, y me veo obligado a colgar algo nuevo. Y para no aburrir, os cuento algo muy lejos de las actualidades de "la crisis", la nieve,
los espías dentro del PP, y
Rafa Nadal, que son los únicos tópicos de hoy en la España de donde escribe vuestro servidor. Vamos a mirar la vida de otra época, nada mejor pero sí bastante diferente, la España de los años cincuenta, bajo la dictadura estabilizada y rutinaria a poco más de una década después del triunfo de Franco en la guerra civil.
Algunos de los compañeros de nuestro club de lectura de la biblioteca de Carboneras encontraron aburrida e interminable esta famosa novela, y creo entender por qué. No hay un hilo maestro, ningún personaje que se destaca, pero sí un retrato amplio y perspicaz de todo un entorno social. Poca acción pero mucho diálogo, muy bien oído. A mí me parecía maravilloso ese oído, y también me conmovió el drama de lo que no se cuenta pero se intuye. Aquí va mi resumen de:
Sánchez Ferlosio, Rafael.
El Jarama. 1956. 6a
ed. Barcelona: Destino, 2003.
Un caluroso domingo en la orilla del
Jarama es ocasión para conversaciones que revelan las actitudes, creencias y conocimientos de una gran variedad de gente, desde los chicos y chicas madrileñas que se han desplazado a
Coslada para divertirse en el sol y el agua, hasta lugareños de diversos oficios, edades y condiciones, y finalmente -- cuando una de las chicas madrileñas se ahoga cerca de las compuertas del río -- "la autoridad" en las personas de guardias civiles, un joven juez y su secretario,
et alii. El libro es casi totalmente diálogo, reproduciendo los acentos singulares de todo el elenco, y las actitudes, los prejuicios y los conocimientos (y falta de conocimientos) de cada cuál. Apoya el diálogo descripciones llamativas y originales del contexto físico, desde la
desvencijada taberna de
Mauricio y
Faustina, hasta las vías del tren, las aguas del río, y la carretera de noche iluminada por una luna llena y puntualmente por distantes luces urbanas. No hay ningún protagonista especial, sino muchas narrativas fragmentadas y observaciones de las muy diferentes vidas de campo y ciudad. La reproducción de los diálogos es genial, pero como no hay una historia central, sino que todas las historias tienen más o menos el mismo peso, esas historias no convergen en una que no sea el día mismo. Ocurren incidentes cómicos y otros dramáticos, incluyendo la muerte de la chica, pero la manera de contar les quita todo dramatismo, como decir que estas son cosas que ocurren típicamente en un día caluroso en las afueras de Madrid.
Me hicieron reír pasajes como estos:
[Habla el lugareño don Marcial, sobre los emigrantes regresados]
- Hasta los mismos hablares aquellos tan tirados, he oido yo a emigrantes que no había forma de sacárselos de la lengua y que volviesen a hablar como está mandado. No le digo en el pueblo, la risión.
- Sí, una cosa parecida a las películas de Cantinflas o de Jorge Negrete, ¿no es eso?
- Igualito. Lo mismo que las cintas esas. Como que a lo primero no podías escucharlo sin que de golpe no te entrase de reír. Exacto como el cinema, ¿qué más da? Y eso a pesar que aquellos venían de Venezuela, mientras que estos Cantinflas y Negretes del celuloide son nacidos en Méjico, que está de Venezuela, pues ya sabe usted, lejísimos; pero además no de estos lejísimos que decimos aquí en España, sino lejísimos en distancias de aquellas, que hay que agarrarse lo tremendas que son. Bueno, pues casi no se distingue un habla de la otra. Total, que yo lo que he sacado en consecuencia es que allí es todo un mismo chapurreao.
- Y ¡cuidado que es pegadizo, hay que ver! No hay uno que no acabe hablando como ellos. [p. 301]
Así que mis vecinos españoles creerán que yo, del Barrio Las Minas de
Baruta (afueras de Caracas), tengo el
mismo chapurreao que
Cantinflas!
Pero mejor aún es esta respuesta cuando uno de los lugareños, un pastor, dice que su amo no quiere reconocer lo viejo y enclenques que están sus ovejas:
- Eso es como mi padre, en paz descanse-- decía el alcarreño --, un caso igual. Que en los últimos tiempos no hacía más que decir: yo no estoy bueno, no estoy bueno. Y qué no iba a estar bueno ni qué ocho cuartos. Lo que tenía simplemente es que le iba llegando el turno, por las edades que alcanzaba. Pasaba lo que tenía que pasar. Lo raro hubiera sido lo otro, eso es lo que hubiera dado qué pensar. Oiga, como que a mí me entraban a veces ganas de decirle, no siendo el respeto, claro, y esos reparos que uno tiene, de decirle: "¡Viejo, padre, viejo es lo que usted está, no le ande dando más vueltas, más pasado que Matusalén, a ver cuándo se va a querer dar por aludido, ni enfermo ni nada, que se termina, que ya no da más!» El pobre hombrito. ... Pues lo mismo mi padre y lo mismo este señor, con el cuento las ovejas, que nos ha referido aquí el Amalio. ¡Igual! Equivocan lo viejo con lo malo. [pp. 253-4]
Y finalmente, el amargado Lucio, ex panadero, que al final de un día largo de horas sentado en la misma silla, sale con,
¡Pues ahí está el asunto! Lo que yo digo es que me lo den, ¡que me devuelvan lo bailado! [p. 271]
La novela es un retrato social tan completo, de tantas diversas clases sociales en un momento determinado, que se lo voy a recomendar a mi compañero el sociólogo americano,
Fox, aunque sé que le va a costar entender muchas de las palabras y frases que son muy del lugar y de la época. Pero yo se las explico.
Sobre
Rafael Sánchez Ferlosio