
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En 1935, por sus ideas y actividad liberales en la Italia fascista, Carlo Levi fue "desterrado"—exiliado, diríamos nosotros— a un remotísimo y atrasadísimo pueblo en las montañas de Lucania, en el empobrecido sur. Aliano, "Gagliano", como lo llamaban en el dialecto local, parecía ser de otra época, casi otro planeta que su ciudad natal, la muy industrial y comercial Turín, en el norte del país. Tanto las facciones de la gente, su vestir y sus costumbres y creencias parecían ser de los moradores más antiguos de esas montañas, casi no tocados ni por los fenicios ni los griegos ni los romanos ni los bizantinos que habían impreso sus culturas en las costas. Para ellos, "Cristo", o sea, la civilización moderna, se había detenido en Éboli (cerca de Salerno), a unos 140 kilómetros al oeste. Levi aprovechó sus dos años de exilio para observar de cerca a sus vecinos, con mucha simpatía y ayudando con sus conocimientos a combatir el paludismo que afectaba a casi todos los campesinos. Pintó y escribió todo o casi todo de lo que vió, dejando un documento impagable del sufrimiento, la valentía y la generosidad de la gente en esa zona tan olvidada por la ciencia y la civilización. Un bellísimo testamento, que además nos deja ver un aspecto curioso de como operaba la represión fascista en este periodo en vispera de la segunda invasión italiana a Etiopía ("Abisinia").
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